Te cuento una cosa que igual ya sabes:
Disney despidió a la mitad de sus dibujantes.
Y no fue por cuestiones económicas, sino ideológicas.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los dibujantes trabajaron para propaganda del gobierno. Allí, aparte de ser pagados como corresponde, se abrió un mundo nuevo de posibilidades creativas.
El público y el mensaje ya no era para chiquillos, sino para adultos. Y, al tener que hacerlo cagando leches, podían usar otras técnicas y formatos, mucho más libres, movimientos menos “realistas” pero más contundentes y efectivos, estéticas más atrevidas, pocos colores, trazos frescos, mensajes directos, menos animalitos redonditos, más tetas, gente en paro, alcohol…
Era animación experimental. Y a la vez muy efectiva para propaganda de guerra y divulgación para adultos.
Esto abrió los ojos a los dibujantes, que pidieron cosas a Disney.
A lo bruto, la cosa fue así:
Protestaron por las condiciones laborales
Disney los despreció
Ellos se cagaron en su puta madre
La cosa subió de tono, Disney los echó y los acusó de comunistas (ojo, que entonces no era moco de pavo)
Algunos de los expulsados con más talento fundaron una nueva productora que iba a cambiar la animación, la cultura popular y buena parte de la comunicación mundial…
Y nació la UPA
De la UPA te hablaré más otro día. Hoy quiero hacer hincapié en el potencial que tiene hacer las cosas diferentes. Desafiar la norma y apostar por la experimentación, y animarte muy fuerte a que vayas un poquito más allá de cómo se han venido haciendo las cosas hasta el momento.
Molan mucho Disney y Pixar y el manga monotemático, pero hay vida más allá de eso.
Da igual el arte, el método, la plataforma online que uses, los temas que trates, la finalidad con la que lo hagas.
El caso es darle siempre otra vuelta, ser inconformista.
NOTA:
Este arrebato viene a raíz de esta nota de Animation Obsessive que leí el otro día: habla de cómo Disney (que años después llegó a contratar los servicios de la UPA) se atrevió a hacer sus Mickeys en estilo moderno, y cómo un niño fascista le envió una carta acusándolo de haberse vendido al comunismo, y del cabreo que pilló Walt.
Ridículamente yanqui.